28 octubre 2006

 

El fin de la soberania alimentaria

Un artículo de Orlando Núñez Soto (Director del CIPRES)

La última reserva de la soberanía de un país o de una comunidad, antes de llegar a su indigencia total, es la soberanía alimentaria, es decir, la posibilidad o la capacidad para alimentarse con sus propios recursos.

En el caso de Nicaragua, dicha soberanía ha estado basada fundamentalmente en la producción campesina de alimentos básicos, en cantidades suficientes para su población y a costos asequibles para los ingresos de la mayoría poblacional. Estamos hablando de cereales, aceites, carnes, lácteos, frutas y verduras, alimentos que han procurado la proteína, la energía y los carbohidratos necesarios para una ingesta calórica que ronda los requerimientos básicos.

Cada día producimos menos y cada día importamos más alimentos. Lamentablemente y debido al sesgo agroexportador, la producción de estos alimentos ha sido desplazada por productos comerciales requeridos por las metrópolis, bajo la tesis de que con el dinero obtenido por aquellos, podríamos comprar lo que quisiéramos. Los especialistas de la seguridad alimentaria siempre hablan de acceso a los alimentos a fin de que se lea: importar alimentos.

Después de 500 años, sin embargo, el resultado ha sido un desastre absoluto. Hoy en día, los productos comerciales son cada vez menos requeridos por el mercado externo, y el valor de lo poco que exportamos no alcanza ni para pagar la factura comercial de lo que importamos.

Además de la presión agroexportadora de productos comerciales, la causa de aquel desastre está en la marginación y el empobrecimiento de la economía campesina. Inmediatamente después de la revolución, el campesinado perdió todo el apoyo por parte de las políticas económicas. El crédito que antes obtenía por parte de la banca nacional fue reducido en un 95%, y el 5% restante fue condicionado a cultivar productos comerciales que lo llevaron al fracaso económico y al empobrecimiento social, a causa precisamente del diferencial entre costos de producción y precios de mercado.

El acelerado empobrecimiento de la economía campesina se acompañó de una descapitalización sin precedentes, sólo comparable a la destrucción generada por el huracán Mitch y otros fenómenos naturales como las erupciones volcánicas. El agotamiento de sus suelos y de sus fuentes de leña y agua, la imposibilidad para fertilizar sus tierras, junto a la migración hacia las ciudades y hacia el extranjero, sumen en la agonía todo el ecosistema milenario de la economía campesina. Por todas estas razones, los rendimientos de nuestros productos en general y de los alimentos en particular son cada día más bajos y tienden hacia la extinción.

En el último año (2001), Nicaragua importó cerca de $300 millones de dólares en productos agropecuarios y alimenticios, es decir, más del 55% del valor de todas nuestras exportaciones (532 millones de dólares anuales). La mayoría de los alimentos importados, con excepción del trigo y de algunas canastas de uva y manzanas, son alimentos que antes producíamos internamente, entre ellos aceite, carnes, derivados de la leche, frutas, verduras y cereales (arroz, frijol y maíz).

Sabiendo que en su totalidad los productos de exportación acusan precios internacionales de mercado por debajo de sus costos de producción, manteniendo además un déficit comercial de más de mil millones de dólares, el lector se preguntará de dónde sacamos dinero para pagar aquellas importaciones. La primera respuesta proviene cada vez más de las remesas familiares de los nicaragüenses pobres que viven en el exterior, la segunda respuesta proviene cada vez menos de la cooperación y el endeudamiento internacional.

La dieta de los nicaragüenses está basada fundamentalmente en el gallo pinto: arroz, frijol y tortilla de maíz. El 70% del ingreso de la mayoría de los nicaragüenses es destinado a la compra de alimentos y más de la mitad se destina a la compra de estos cereales.

A raíz de la apertura comercial estimulada por los tratados de libre comercio, la invasión de productos alimenticios provenientes de la metrópoli, a precios sin competencia, termina de agotar las posibilidades de seguir produciendo arroz, maíz y frijol. De acuerdo al registro de importaciones de alimentos de los últimos años, Nicaragua gasta más de sesenta millones de dólares anuales en importar maíz, frijol y arroz. Cifra que se ha venido incrementando en los últimos años y todo parece indicar que no hay limite ni tregua para que en los próximos años estemos prácticamente importando totalmente el gallo pinto.

En el caso del arroz, los productores nacionales se mantienen con dificultad frente a las importaciones provenientes del exterior. En el caso del maíz, de la harina de maíz e incluso de la tortilla elaborada, nuestros días están contados y pronto dejaremos de ser los descendientes de los hombres de maíz que un día fuimos. El colmo de nuestra mala suerte es que la cooperación internacional nos obliga a producir maíz híbrido, lo que nos somete a una dependencia absoluta de la semilla norteamericana, debido a la esterilidad del grano producido. El «Programa Libra por Libra» implementado por el actual gobierno y financiado por el Banco Mundial prestará 40 millones de córdobas para adquirir, entre otros, 10.000 quintales de semilla híbrida importada, para habilitar y habituar a 75.000 productores campesinos a sustituir la semilla de maíz criollo por la semilla de maíz norteamericana.

El peor augurio de este funesto desenlace proviene de una noticia aparecida el mes de abril del presente año en la revista BIOTECNOLOGIA del Proyecto de Mejoramiento de Semilla (PROMESA) ejecutado por una empresa privada norteamericana (DAI) y financiado por la AID: "EE.UU. anuncia frijol rojo de exportación."

Según el articulo de esta revista «El frijol Rojo Chiquito recientemente producido, es el primer pequeño frijol rojo seco, desarrollado para la producción en Estados Unidos con la intención de comercializarlo en América Central, dijo Philip Miklas, un genetista del Servicio de Investigación Agrícola en Washington (...) Según Miklas, esta variedad se dedicará principalmente a la exportación a Honduras, Nicaragua, El Salvador y otros países de América Central, y probablemente al mercado étnico norteamericano, con un valor de muchos millones de dólares».

Mientras nuestra producción de frijol rojo no alcanza los 10 quintales de rendimiento por manzana, el frijol rojo made in USA produce un rendimiento de más de 31,5 quintales por manzana, debido a sus virtudes genéticas que lo hacen resistente al 'virus del encrespamiento' y del 'mosaico común'. No hace falta decir que al igual que toda la producción agrícola norteamericana, los productores de frijol rojo también serán subsidiados, de manera que puedan competir con los famélicos campesinos nicaragüenses, centroamericanos y mexicanos del sur.

Mientras tanto a nosotros nos recetan y nos hacen firmar los tratados de libre comercio, llámense estos Plan Puebla Panamá (PPP) o Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA), los cuales están por encima de nuestra constitución y por tanto sobre el resto de lo que quedaba de nuestra soberanía.

Entretanto, nuestros economistas y nuestra clase política siguen pensando que producir alimentos es mantenerse en el atraso, aconsejándonos convertirnos en una economía de enclave, como en los viejos tiempos: ayer produciendo sobremesas para la metrópolis, hoy vistiendo al mundo exterior, en ambos casos teniendo que comprar alimentos en lata norteamericana. A propósito, el mencionado artículo de la revista termina diciendo: «De coloración rojo/oscuro radiante, estas semillas son ideales para enlatarlas y cocinarlas
porque retienen su color y su firmeza».

Esperemos que nuestros diputados, celosos defensores de la protección a los grandes ingenios azucareros, prohibiendo la entrada de azúcar barata a la región, defiendan con el mismo celo la importación de frijol o maíz barato, para no quebrar a 200.000 campesinos nicaragüenses, quienes producen la mayor parte de las 500.000 manzanas de cereales (maíz y frijol) con lo que se alimenta el ganado menor y la población en su conjunto.



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